La Trampa del Ego

Los miedos

Nuestros valores y creencias nos conducen a emitir juicios. Clasificamos las situaciones, las vivencias y las experiencias resultado de ellas, a través de nuestros sentimientos de una forma, a priori, muy elemental y simple. Si bien somos capaces de matizar, y buscar intensidades, todo orbita, básicamente, alrededor de sí, algo está bien,  o está  mal. De si es bueno o malo.  Nos basamos en algo parecido al “blanco” y el “negro”, y los matices “grises” que existen entre ambos extremos, para clasificar nuestras vivencias y las situaciones qué experimentamos.

Por ello, precisamos crear unas “etiquetas”, que generamos para clasificar estas vivencias que experimentamos, y sus resultados y nuestra forma de pensar depende de ellas.

Dicha clasificación, es absolutamente personal y subjetiva. Una situación experimentada puede ser para algunas “buena”, y resultar una experiencia gratificante, mientras que, esa misma situación para otras, esa misma vivencia, puede tener una lectura opuesta, y resultar “mala”, y convertirla en una experiencia desagradable.
Incluso nosotras mismas, podemos cambiar, evolucionar y reclasificar esa situación, como opuesta a lo que un principio nos pareció, o modificar su intensidad, a lo largo de nuestra vida.

Consecuencia de ello, generamos un sistema de clasificación basado en estas etiquetas, que nos permiten organizar una estructura y una jerarquía, en nuestra forma de pensar y razonar.

Sin duda, tenemos una cierta dependencia de estas etiquetas, y necesitamos crearlas y aplicarlas a todo lo que nos rodea, y a todo lo que vivimos.
Todo ello es debido, es consecuencia, a que tememos lo desconocido, y etiquetar algo, nos permite identificarlo, y al ser “conocido” nos genera una cierta tranquilidad. Observemos que, cuando algo no sabemos como etiquetarlo, también lo hacemos igualmente, le asignamos la etiqueta “raro” o “rara”, lo cual sacia nuestra necesidad de etiquetar, pero en el fondo, como tememos las rarezas, porque “raro” o “rara” no es una definición en sí, no está del todo definida, y al ser una situación desconocida, o inciertas, desconfiamos igualmente, de ella.

Debemos prestar mucha atención a lo condicionantes que son estos etiquetados, porque en ocasiones, incluso, adoptamos las etiquetas sin analizarlas realmente, nos formamos una opinión sobre algo o alguien, porque nos “han dicho” que eso es así.

Pensamientos consecuencia de frases del estilo: “Todas las personas, son o hacen….” Son integradas en nuestro interior sin cuestionarlas, y nos pueden condicionar, a partir de entonces, el resto de nuestra vida, porque se convierten en creencias limitantes.

Prestemos atención, revisemos y cuestionemos nuestras etiquetas. Hagámonos estas preguntas:

  • ¿De dónde proceden?
  • ¿Qué origen tienen?
  • ¿Son consecuencia de una experiencia personal directa?
  • ¿O son adoptadas? ¿O son heredadas?
  • ¿Siguen siendo vigentes?

Quizás si somos más flexibles y abiertos de mente, esas etiquetas, que tal vez estén ahí, enquistadas desde hace años, podrían ser revisadas, y recalificadas. Tengamos en cuenta, que con base a estas etiquetas tomamos decisiones. Obramos, o no lo hacemos, y decidimos en el fondo nuestro presente y nuestro futuro. Son, determinantes. 

Debemos plantearnos, que sucedería si cambiáramos la clasificación de alguna de nuestras etiquetas.

  • ¿Sería tal vez beneficioso, y nos permitiría actuar de una forma distinta, a como lo hacemos a día de hoy?
  • Y de hacerlo ¿Resultaría, ecológicamente, correcto?
  • Es decir, ¿qué consecuencias tendría para nosotras, o para quienes nos rodean, efectuar ese cambio? 

Somos, personas de costumbres, muy arraigadas, actuamos de formas muy concretas basándonos en nuestras creencias y nuestros valores personales. Hacemos, tranquilamente, aquello que es “bueno” y dejamos de hacer, o al menos deberíamos intentar no hacer, aquello que es “malo”, para nosotras. Y eso nos puede limitar, porque quizás no estamos dando oportunidad, de llevar a cabo algo, que tenemos mal etiquetado.

Vamos a ilustrarlo con una muestra, personal propia. Yo como todas, por ejemplo, etiqueto y clasifico, a las personas de tres maneras: como personas “vitamina”, como personas “neutras”, o como personas “tóxicas”.

Pienso, y creo que todas vais a coincidir conmigo, que deberíamos rodearnos, sobre todo de personas “vitamina” o “neutras”, y poner distancia, con las personas “tóxicas”.

Una persona “vitamina” nos aporta de manera constante y desinteresada, energía positiva, apoyo emocional y alegría a nuestras vidas. Son aquellas que  nos nutren mentalmente y emocionalmente, nos dan un respaldo valioso en momentos complejos y celebran conjuntamente nuestros momentos alegres.

En cambio, una persona “tóxica” es aquella cuyo comportamiento genera un sentimiento negativo o una emoción desagradable en una misma y las demás. Puede incluso que, inicialmente, parezcan personas positivas, pero en realidad su forma de ser y de interactuar con las otras genera malestar a quienes las rodean habitualmente por su poder de manipulación.

Está claro, pues, que debemos compartir nuestras vidas, con personas “vitamina”, y alejarnos de las personas “tóxicas”, no nos benefician en nada. Sin duda, pienso de esta manera. Pero vamos a cuestionar esta afirmación que acabo de hacer…

En ella presupongo que yo pertenezco al grupo de las “vitamina” y tener cercana una “tóxica” me va a alterar y bajar la energía. Pues bien, como relato en mi libro “La Trampa del Ego”, hace un tiempo, tuve una relación durante casi dos años con una persona “tóxica”, concretamente, una persona narcisita. Debo reconocer que me acerqué a esa persona, porque en el fondo yo también era “tóxica”, aunque en el sentido opuesto. Me explico, la persona narcisita, resumiendo mucho, entre otras características, tiene una gran falta de empatía y carece de amor propio, y busca entre sus “víctimas”, personas muy empáticas, que alimenten ese amor propio del que carecen, porque no saben amarse a sí mismas. Yo, en esa época, era una persona altamente empática. Si trazásemos una línea, y en un extremo colocásemos a las personas narcisistas, en el otro estarían los altos empáticos, ahí estaba situado yo. Soy de la mentalidad que atraemos aquello que necesitamos, para sanar y ser mejores personas. Y eso fue lo que atraje a mí, una narcisita, y gracias a mi toma de conciencia, y mi trabajo interior, pude percibir mi exceso de empatía, mi toxicidad hacia mí, y cambiar.

Sin duda, debemos trabajar nuestra inteligencia emocional, y tomar consciencia, de como somos y como actuamos. Eso nos va a permitir, ver aquello que está mal en nosotras, y si yo, en ese momento, hubiese obrado basándome en la etiqueta:  persona “tóxica”, aléjate, hubiese desaprovechado la oportunidad de sanar en mí esa alta empatía, que era tóxica para mí.

Cuidado, no estoy afirmando que debamos buscar personas “tóxicas”, para convivir con ellas, ni para sanar. Pero si digo que, cuando sentimos un dolor, es porque tenemos una herida no sanada, o un patrón de conducta equivocado. Y tal vez, una persona neutra, sin mala intención, sacaría provecho de mí en ese momento, y de mi alta empatía, y por ello, me pasaría por alto, eso que debo cambiar en mí, mientras que en mi caso, la persona “tóxica” prendió todas las alarmas, para tomar consciencia que algo estaba mal en mí. A raíz de este hecho, la etiqueta y definición de persona “tóxica” se mantiene, pero lo que ha variado es que todas podemos aportar luz a la oscuridad. Esa situación me permitió situarme en el centro de esa línea que hemos trazado, en cuyos extremos están las narcisistas y los altos empáticos. Ningún extremo es bueno, ni sano. 

Una persona “tóxica” puede también permitir darnos cuenta, que valores y virtudes debemos trabajar más en nosotras. Cuáles poseemos y cuáles debemos mejorar.

Voy a cerrar con una última reflexión. En la senda de la vida, cuando topamos, con alguien, a quien hemos etiquetado de determinada forma, solemos pretender que quien cambie, y se adecue a nuestra etiqueta sea la otra. Da igual de que extremo sea la etiqueta, basta con que sea distinta ala nuestra. El cambio debemos efectuarlo nosotras, y alejarnos, o mejorar, o aprender a ser más tolerantes, y revisar si esa etiqueta que le hemos otorgado se fundamenta, si es propia, o prestada o heredada. Cuestionemos, esos “miedos” que sentimos, en que etiqueta tienen su origen.

 

¡Que tengas un feliz día!

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