La disociación es un sistema de nuestra mente que nos “desconecta” de la realidad ante una situación límite que sobrepasa nuestros recursos psicológicos de afrontamiento. Es un “margen de seguridad” que minimiza el impacto emocional, la tensión, el miedo y el dolor de un momento concreto. Es la desconexión entre nuestra mente y la realidad presente que vivimos.
He observado que a todas nos cuesta muchísimo gestionar aquellas emociones que nos incomodan y que son repetitivas. En mi opinión, cuando nos encontramos en esta situación, hace su aparición nuestro ego. Nuestro ego prefiere una incomodidad conocida, a una novedad, no quiere efectuar cambios. No entra en sus planes averiguar si esa novedad es mejor para nosotras. Le encanta permanecer en su zona de confort, aunque sea dañina para nosotras.
Un recurso que uso a menudo, cuando me encuentro en ese punto, es crear una pequeña disociación, y en lugar de pensar: “yo…”, cambio ese “yo” por mi nombre, como si estuviese observándome desde afuera, como si hablara de mí con alguien. Me funciona muy bien en lugar de pensar, por ejemplo: “yo no soy capaz de hacer…” Lo reemplazo por “Xavi no es capaz de hacer…”. Este pequeño “engaño” me permite que mi ego no se active, y me resulte más fácil gestionar esa emoción concreta.
A todas nos resulta más sencillo gestionar las incomodidades de las otras, que las propias. Siempre tenemos respuestas objetivas para cualquier amiga que nos pide consejo, en cambio, las respuestas para nosotras, al ser subjetivas, están protegidas por nuestro ego, que se ocupa bien de ofrecer resistencia para no buscar soluciones a los inconvenientes. Cuando nos encontremos en una situación incómoda, disociémonos de ella, engañando a nuestra mente, como si esa situación fuese de otra, no nuestra, nos resultará menos complejo llegar a una conclusión, y poder así aplicar cambios que nos beneficien.
