La Trampa del Ego

La fábula del bastón

Se podría decir que ese patio era, en su conjunto, un lugar muy caótico. Era muy amplio, eso sí. Con unas, paredes muy altas, y un enorme bullicio de personas, aunque la mayoría de ellas en una actitud muy estática.  Parecía que la mayor parte de los que allí estaban, vivían sus vidas con una actitud conformista. Resignados a su circunstancia de vida. Interactuaban entre ellos, en la monotonía de sus días, siempre rutinarios, grises y aburridos, aunque no eran conscientes de esa actitud.
Pero tampoco todos, los había que miraban hacia arriba, hacia el límite del muro del perímetro. Algunos quizás recordando de forma desdibujada lo que había en el exterior, y otros pensando en que se estaban perdiendo por no estar allende esas paredes, que aunque desconocido, seguro era mejor.

Observando bien a la multitud, todos tenían un rasgo común. Eran cojos. En distintas intensidades, unos eran auténticos tullidos, otros solo tenían una pierna, y algunos disponían de ambas extremidades, pero su andar denotaba esa cojera, causada por deformidades no en las extremidades inferiores, sino en otras partes de cuerpo.

Era una reunión de cojos. Si bien es cierto que de vez en cuando se podía apreciar entre ellos, desplazándose por el patio, algunas personas con andar normal, vestidas de blanco. Eran pocas y permanecían solo por breves periodos de tiempo entre los cojos. Pareciera que solo surgían para parchear situaciones y crear alivios momentáneos.

El patio era agradable, bañado por el sol, sus paredes estaban coloreadas vivamente, cualquier cosa para que en su apariencia, el patio transmitiera una falsa comodidad. Incluso en el centro del patio, había una gran fuente decorativa, de la que brotaba agua, regalando entre el bullicio de voces, a los que estaban cercanos, un agradable y relajante sonido. Se podía percibir también el trinar de algunos pájaros, aunque todos esos bonitos sonidos pasaban desapercibidos para casi todos, pues andaban la mayoría de ellos enfrascados en conversaciones bastante superfluas, y en ocasiones acaloradas.

En un lateral del patio, casi en el rincón, había un elemento que parecía abandonado. Llevaba ya algún tiempo ahí. Detenido, esperando llamar la atención de alguien. Era un bastón.

No era una simple rama. Era un bastón de roble, ni muy ostentoso, ni muy tosco. Tenía alguna incrustación decorativa, con metales nobles o alguna gema, pero tampoco nada sobrecargado. Era eso, un cayado típico, algo más largo de lo habitual, y con su parte superior curvada.

Ese objeto material, formaba parte de todo el conjunto de objetos materiales que conformaban el patio, incluidos, como materiales, los cuerpos de todos esos cojos. Pero a diferencia de estos, él tenía mucha más edad. Su origen era de una rama centenaria de un roble procedente de un bosque cercano. Ese roble milenario tenía un poder mágico oculto. Y por ende el bastón también.

El bastón, más allá de ser un elemento de madera característico, tenía espíritu. Y por extensión a su función intrínseca de bastón, era muy útil. El bastón había acumulado, a lo largo de tantos años, muchas experiencias, al ir de mano en mano. En comparación a sus dueños había vivido muchas vidas, y eso le permitía dar buenos consejos. Era una «alma vieja».

El bastón era capaz de detectar sin mediar diálogo y con su intuición, que aquejaba espiritualmente a quienes lo usaban. Y siempre tenía el consejo adecuado, para ese momento de incertidumbre de su nuevo dueño. Era capaz de leer el espíritu y de ofrecer el remedio, o la solución adecuada para hacer más liviano el incómodo momento.

Algo característico, también era que no soportaba según que tipo de manipulaciones, o maltratos. Incluso si intentaban cambiar su forma, por alguna que le pareciese poco ortodoxa, se alejaba de quien lo poseía, y desaparecía sin más.

Con anterioridad, había ayudado a muchos cojos, sirviéndoles no solo de apoyo para andar, sino también aconsejándoles que acudieran, por ejemplo, al exterior del patio, ya que enfrente de la puerta principal, había un lugar donde podrían adquirir, por módico precio, prótesis que les permitiría andar bien, y abandonar así el patio. Frente al patio, también había un doctor que, casi de forma milagrosa, era capaz de mejorar la calidad de vida de quién acudiese a él. Delante de su consulta, frente a su puerta, había bastantes sillas de ruedas, abandonadas por algunos de sus anteriores pacientes que ya no las necesitaban y podían usarse libremente por quién las necesitara.

Sucedia que quienes usaban el bastón, por los motivos anteriores, y también gracias a los consejos espirituales que aportaba, abandonaban el patio tarde o temprano.  Quedaban muy agradecidos con él, al poder vivir una vida mejor y recuperar la libertad de andar. Pero lógicamente, se desprendían del bastón. Y este, siempre acababa de nuevo en el patio.

Además, esos que abandonaban el patio, no solían regresar de visita, por tanto, no contaban a los otros cojos la ayuda que había significado el bastón para ellos.

El bastón se sentía muy feliz de ser útil. Ayudaba la mayor parte de las veces de forma casi desinteresada, solo por la satisfacción de haber cumplido su misión y su función. Si bien es cierto, que en los últimos años,  algo había cambiado en su espíritu. En un intento de compensar la balanza, y que esa ayuda fuese recíproca, no se conformaba solo con que lo mantuviesen reluciente y en buen estado, o lo preservaran de la humedad, el mayor enemigo de la madera. Agradecía que lo decoraran con materiales nobles y costosos.

Pero lo cierto es que en la actualidad llevaba ya tiempo detenido ahí en ese rincón. De hecho, ahora mismo se sentía casi invisible. Y eso le producía mucha incomodidad. Percibía que no estaba cumpliendo su propósito.
Su capa protectora se estaba desgastando, e incluso alguna de sus gemas, se había desprendido y yacía en el suelo junto a él.

Trataba de llamar la atención de los cojos, pero no lo lograba. A pesar del mucho esfuerzo, y de usar disitintas estrategias no conseguía su objetivo. Quería seguir siendo útil, pero no daba con la forma de ser detectado para cumplir ese propósito. Usaba múltiples formas para ser advertido, pero sin éxito, y eso lo desgastaba mucho, sobre todo, emocionalmente.

Algo sucedía, algo en su interior estaría mal y debía ser cambiado. No eran los cojos, era él. Pero por mucho que se observara, y tratara de cambiar, no progresaba.

Fue entonces, cuando de nuevo le asaltó ese pensamiento recurrente que tenía desde hacía bastantes meses. De forma irónica pensó para sus adentros:

«Qué curioso resulta que sea capaz de ayudar a los otros, pero que no sea capaz de ayudarme a mí mismo»

Ese pensamiento le corroía por dentro. Llevaba incluso un tiempo, pensando que tal vez había llegado el momento de dejar de ser un bastón. No sentía temor alguno por convertirse en otra cosa. De hecho amaba reinventarse.
Pero había algo que le generaba gran dificultad, siempre había sido eso, un bastón. No conocía otro propósito. Su mundo era aquel, ser un bastón. ¿En qué podía convertirse un bastón? ¿Quizás debía convertirse en otro tipo de bastón?¿En una muleta tal vez, y con la ayuda de otra muleta, al asociándose con ella, ayudar conjuntamente? Lo habia hecho pero sin lograrlo. No veia muletas en el patio.

Buscaba alternativas. Pero por mucho que usara su imaginación no veia en que podía transformarse. Se esforzaba en buscar alguna variante viable, en lo que transfomarse, pero no hallaba respuesta alguna. Había tratado incluso, de ser otra cosa, completamente distinta, pero los resultados eran siempre infructuosos. No prosperaba.

Estaba muy claro que, debia hallar una solución. Más allá de no sentirse realizado, permanecer tanto tiempo a la intemperie le estaba pasando factura. Su grado de deterioro empezaba a ser evidente.

En esas cábalas se encontraba el bastón. En ese momento el patio estaba vacio. Era la noche. Todos los cojos del patio estaban descansando en sus aposentos. Pero el seguía ahi, paciente, en el rincón, contra la pared, tratando de disfrutar de esa tan incómoda y fría noche. Se distraia contemplando el cielo estrellado, disfrutando del silencio, solo ligeramente velado por el sonido de la fuente, que al igual que él llevaba años también allí, ofreciendo su preciado líquido sin que apenas nadie le diese excesivo valor.

Ciertamente, y a pesar de todo se sorprendía de si mismo, de su aguante, porque aunque sus fuerzas empezaban a mermar, seguía esforzandose en lograrlo.

Era evidente que la magia del viejo roble, seguía obrando su poder, enviándole energía.
Debía de ser eso lo que le daba el empuje y la voluntad de confiar aún en el futuro, por incierto que parecía.

 


“Deja que vengan el dolor y la tristeza, no te defiendas, no los rechaces. Luego de un tiempo, déjalos ir, sin resistirte, sin aferrarte. Todo en la vida es un flujo constante, y las emociones también. Permíteles entrar, sentirlas y luego liberarlas. Aceptar el dolor es el primer paso para transformarlo.” – (Alejandro Jodorowsky)

signature xavi moya Xavi Moya
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