Soy de la creencia, que el tiempo por sí mismo, en realidad no es sanador. Los sanadores somos nosotros con el uso que damos al tiempo. El tiempo es el camino que transitamos y nos permite llegar a la sanación, quienes obramos el milagro de sanar, somos nosotros mismos, no el tiempo.
Me imagino la vida de cada uno de nosotros como un enorme espacio lleno de recipientes, donde en cada uno de ellos depositamos, cada una de las vivencias que experimentamos a lo largo de nuestras vidas. Algunas de estas vivencias son banales y les dedicamos un recipiente pequeño, otras en cambio llegan con un tamaño considerable, son importantes para nosotros, por lo que elegimos un recipiente mayor. Cada una de estas vivencias están compuestas siempre por una parte buena y otra mala, un yin y un yang, nunca nada es perfecto, todas tienen un “sin embargo”. Pero estas “imperfecciones” son absolutamente necesarias para alcanzar el equilibrio, y llegar a ser lo que son, vivencias. Cuando estás experiencias penetran en nosotros pasan por un sistema de clasificación, y hay en él dos encargados de analizarlas, etiquetarlas y archivarlas adecuadamente. El primer encargado de estudiar esa vivencia, es el ego, desde su particular prisma, ya conocemos al ego. La calibra y le asigna una cierta cantidad de color negro segun la importancia, que bajo su punto de vista merece. A continuación entra en juego la segunda encargada de estudiarla, nuestra consciencia y sentimientos, también conocemos la forma de actuar de nuestro corazón, quien le asigna una cantidad de color blanco concreto. El porcentaje final de cada uno de los colores blanco y negro, determinará el tipo de vivencia que resulta para nosotros: buena o mala.
Todas estas vivencias se van aculando en nuestra vida, y cuando las revisamos y dedicamos atención y tiempo es cuando, quizás las modifiquemos usando nuestra consciencia, para variar esas proporciones iniciales de blanco y negro aplicados, o más bien lo que hacemos es ir añadiendo blanco hasta sobrepasar la cantidad de negro inicial. De hecho en ocasiones no solo compensamos la cantidad de blanco hasta igualar al negro, sino que añadimos blanco sin parar, la envolvemos en blanco continuamente, le enviamos mucho amor, y es ese amor la que va rodeando esa cantidad de negro inicial, y se va reduciendo en sus proporciones. Y esa vivencia se transforma. Eso requiere dedicación y tiempo. Asi que yo creo que el tiempo es el que nos permite ir añadiendo blanco, ir añadiendo amor a esa vivencia hasta tal extremo que esa cantidad de negro se convierte en un pequeño punto, casi inapreciable a simple vista, por eso olvidamos esa vivencia negativa, y en ocasiones llega a desaparecer.
Quiero aprovechar esta metáfora personal, para hacer hincapié en que la mayoría, no somos justos y equitativos con nuestras vivencias. Cuando estas llegan por primera vez a la clasificación, o cuando las revisamos, solo y siempre le damos el trabajo a nuestro ego, y no le damos la oportunidad a nuestro corazón, para
intervenir y poner la cantidad de blanco adecuada. Concedemos todo el poder a nuestro ego, y este entra en bucle y no para de poner negro. Esa experiencia se convierte en algo monstruoso. Un negro absoluto, y el encargado de poner blanco, está ahí, en el banquillo esperando su turno, a quien quizás por desgracia nunca le llegará su turno, ni podrá intervenir para añadir blanco a esa vivencia en concreto, para sanarla.
Más tarde nos lamentamos, por como es nuestra vida, tan negra, tan dura, tan injusta y hemos sido nosotros mismos quienes hemos invertido un montón de tiempo solo en añadir negro, y ni tan siquiera le hemos dado a nuestro corazón, la oportunidad de actuar y poner su dosis de blanco en la vivencia.
No olvidemos que quienes marcamos el camino, y decidimos en qué invertimos el tiempo, somos nosotros, de nosotros dependen el ego y la consciencia, y actúan a petición nuestra, y no por libre, deben hacerlo siempre de manera equitativa.
Cada vivencia, cada capítulo de nuestra vida es como un cuadro, nosotros somos los pintores, los que elegimos los colores, el lienzo y la forma en que lo pintamos, elegimos revisarlas y clasificar las vivencias adecuadamente, dando la misma oportunidad también a la consciencia, para que con mucho amor la sane, y esa herida negra creada por el ego, se convierta en una bella cicatriz blanca, y en una experiencia que nos servirá en el futuro.
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